Dos jóvenes, entrelazados del brazo, caminan airosamente por la calle Nueva. El sol como una vela encendida ha esclarecido las nubes bajas de primera hora. Ahora el azul celeste brilla y la quietud envuelve el aire. El arrullar de las palomas desde el campanario, los corrillos voladores de pardillos y pinzones por las eras, y un fugitivo beso en la mejilla dejan en esta mañana de invierno posos de primavera.
La pareja se había casado en septiembre. Su noviazgo había florecido entre tarde de paseo, atrevidos encuentros y bailes de domingos. Y, ya fructificado, se había consumado tras el regreso de la “mili” en Ceuta. Entre risas y bromas, preparaban su nido de inocencia, estufa y alacena. Y lo más importante para el nuevo hogar era recoger los muebles que habían encargado a Antoniete.
La tienda de Antoniete se encuentra en el número doce de la calle Nueva. Aunque el número del establecimiento no hay que buscarlo. Como si una boca de hormiguero se tratara, se sucede bajo su dintel un continuo entrar y salir de gentes. Especialmente mujeres. Dos escalones descendentes te adentran en una sala, que al contrario de los oscuros laberintos subterráneos, se colma de colores, aromas y texturas. La tienda es un fuelle que sopla los sentidos. Entrar, generalmente significa, esperar. Pero la espera en esta habitación alargada es tiempo breve para la curiosidad.
Como si se tratara de una decoración para una escena teatral, dos grandes mostradores de madera flanquean y separan al cliente de una gran estantería de seis baldas que rodea toda la habitación, que no deja ver la pared y que, como un arca de Noé, acoge una inimaginable diversidad. A la izquierda, nada más entrar, las hilaturas. Hilos, ovilletes y carretes de mil colores para coser a mano o en la máquina, los remiendos de los pantalones, de las camisas o las pequeñas delicadezas de los pañuelos, tapetes o bordados. Siguen, enmarañados ovillos de lana para hacer jerséis, bufandas o calcetines, y como textil continuación, las coloridas telas para hacer camisas, batas, bragas, visos, sábanas, mantelería… Ya al fondo de la sala, la esquina izquierda del fondo es el espacio para las colonias, pinturas, frascos y objetos de droguería mientras que la derecha es para alimentación: fiambres, conservas, mermeladas, leches, aceites, garrafas de aceitunas…. Dispersos o preguntando aparecen utensilios de ferretería, albarcas, incluso alguna bicicleta…
Y en mitad de ambas esquinas, como un pórtico sagrado de la interminable estantería, la trastienda. La puerta donde Antoniete y su dependienta Quini aparecen y desaparecen continuamente. ¿Cuánto mediría aquel espacio? ¿Cuántas estanterías seguirán ahí adentro? Es refugio donde nadie llega, un escondite desde donde todo podía salir. Es el refugio de la hormiga reina.
El barullo y las preguntas son incesantes. Aun así, Antoniete bien sabe que, lo peor de este trabajo era el nocturno reponer de las estanterías para el día siguiente. Cuando el silencio de la tienda, espacio vivo e imperecedero, parecía un escenario de un teatro vacío. Delante, el mostrador lleno de utensilios de medida, telas sueltas, papeles y otros inciertos objetos, la báscula blanca de la marca belga “Berkel” donde la gravedad convierte en precio.
Tras conversar con los vecinos que aguardan su momento y recibir la enhorabuena por su boda, le toca el turno a la joven pareja. Hoy está Antoniete, engalatado con su habitual traje y Quini, sucesora de Sagrario, Aurora y Pilar, Quini, e hija de Mariano y Pilar del Bar La Perla. Le preguntan a Antoniete por los muebles encargados en Iniesta y una amable e impecable respuesta estira los labios de la pareja hasta convertirlos en una sonrisa. Están listos y esta misma tarde, cuando abra a las cinco, venid a recogerlos.
Al subir los escalones de la tienda entre ligeras risas, ella lo mira y con los ojos señala su tripa. Él suspira y lo comprende. Aunque continúa el suave arrullar de las palomas, el juego de los pardillos y pinzones y el sol esculpe en la piel un ardor candente, el futuro enseña sus dientes y el tiempo, serio y contundente, se abre paso. Sus tiernas vidas son carne del mañana.
Antoniete abrió la tienda en 1957, en la Calle Nueva, número 12. Abría de lunes a sábado desde las 10 de la mañana hasta las 8 de la tarde, con un descanso para la hora de comer. Vendó todo lo imaginable: hilos, telas, alimentación, droguería, ferretería e incluso muebles. Cerró sus puertas en 1994.