Skip to main content

El Bar de la Perla

En Almodóvar del Pinar, una mañana de noviembre de 1967.

Silencio. Un lejano graznido y, como lana, las calles cubiertas de niebla. Un portón de un corral se cierra, una agrietada voz ordena y un traqueteo de herraduras tiene como respuesta.

En esta fría mañana de invierno, el barniz de escarcha congela los pies, el viento corta donde doblan las orejas y la indefensa garganta busca una caliente madriguera donde entrar. Por eso, cada día, tras despuntar el alba, uno baja al bar La Perla, a calentarse en el regazo de la estimada estufa que siempre tienen preparada Mariano y Pilar, como si de un fuego eterno se tratara. En estos días invernales, algunos hombres sólo vienen a calentarse, ni siquiera toman nada. También paran a recibir el calor de esta acogedora lumbre las almas forasteras que por aquí pasan.

Otros, sin embargo, vienen a calentar el profundo tuétano de los huesos. Como observadoras aves sobre una rama, se apoyan con los brazos sobre los dos grandes mostradores de piedra en forma de “L”. Son resineros, labradores, comerciantes, cazadores, pastores y vecinos de toda índole que mojan sus alas en vino, coñac, mistela o anís para comenzar aquí su rutinario vuelo. Algunos se atreven con el nuevo café Bahía que prepara la novata cafetera. Luego planearán sobre los campos, caminos, pinares y fuentes. Finalmente, como un vuelo en picado de halcón, descenderán por las calles, hasta llegar de nuevo aquí para echar la partida de truque, tute o dominó. Las tardes de invierno se adormecen con vino, cacahuetes tostados, cartas y estufa. Y luego ya le tocará a Mariano no dormirse y esperar a que se vaya el último pajarete…

Durante estos días, se habla de la buena temporada otoñal de hongos y, al ver expuestos los turrones, la cava y la sidra, de las próximas fechas navideñas. Esta vez, además de calentar, toca, por fin, celebrar. Será momento de la marimorena al compás de la zambomba y el anís, y para las gargantas más calientes, el momento de jugar a la Redoma, ese peligroso porrón de boca retorcida que hace beber menos a la garganta y más a la camisa. Y por qué no también días de caracoles, callos y anchoas.

Pero estos últimos meses, el tema de conversación que reina ha sido la llegada de un aparato imponente, alucinante, casi extraterrestre. Se trata de una cámara frigorífica que tiene la habilidad de saber enfriar las cosas. Gentes de todos los pueblos de la comarca vienen a verlo y hasta del Hotel Sol de Motilla han venido a preguntar. Quién iba a imaginar lo sólo que se iba a quedar el contiguo pozo de las escuelas donde durante tanto tiempo las bebidas se enfriaban… Ahora dicen que en el verano todas las gargantas se refrescaran con cerveza y que el vino será para el invierno y para trabajar. Y que, si ahorra para un congelador, pronto vendrán los helados…

Mientras unos calientan la piel junto a la estufa y otros las entrañas sobre el mostrador, corretean por el bar, como pajaritas de las nieves, Quini, Pili, Mariano, Elena y Yolanda las hijas de Mariano y Pilar. Poco a poco, además, llegan gentes a sellar los boletos de la quiniela o a entregar al del autobús las recetas de las medicinas. Otros se van: unos fiados, otros con pagos al contado y otros con huevos han tenido que el vino pagar. Y todo llega a su apogeo cuando aparece el correo. No sólo por el misterio envuelto en las cartas sino porque, en en este momento de la semana, trae la esperada película que se proyecta en el cine el domingo. Las conservaciones se entremezclan, los pensamientos se dispersan y las curiosas miradas ya no saben donde mirar. De repente, La Perla brilla.

Al salir del bar, uno ve las calles de otra manera y el invierno es algo, de nuevo, pasajero. Enfrente, el enjambre de voces procedentes del colegio de las muchachas parecen un canto de jilgueros; la escondida iglesia de San Vicente Ferrer se exhibe como un templo perenne de algún tiempo glorioso y las calles escarchadas se abren con los rayos tímidos del sol. Huele a leña, corretean las pajarillas de las nieves, cosen las viejas tras las rejas de las ventas y el pensamiento, antes de comenzar la faena, se permite recordar.

En esta plaza recién asfaltada que atraviesa la carretera nacional 320, cuentan los viejos que no cesaban de pasar los carros de tiro de bueyes. Y que, aunque fueran muchos comerciantes, los mejores eran los del pueblo. Hoy, neblinosa y fría mañana de invierno, ya son modernos vehículos llamados coches, autobuses y motocarros, y sólo el pasar de las mulas y los carros, rememora aquel tiempo donde los bueyes y carreteros eran la esencia de Almodóvar del Pinar.

¡Qué cosas! Los tiempos cambian…

Mariano y Pilar abrieron el Bar La Perla en 1949, en este lugar de la carretera N320. Abrían todos los días del año, no había domingos ni festivos. Desde las 7 de la mañana hasta que el último cliente se marchara. Cerró sus puertas en 1984.

El Bar La Perla (Entrevista a Yolanda y Quini Monteagudo) 11:03